
Introducción al concepto del narcisismo
La personalidad narcisista es cada vez más frecuente en la sociedad occidental y desde luego esto no es una buena noticia, ni para la sociedad en su conjunto, por la individualidad y falta de humanidad que conlleva; ni para la persona que la sufre, por el vacío de vivir distanciado del Ser que la herida narcisista supone.
Pero, ¿qué es el narcisismo? En lenguaje coloquial se describe a la persona narcisista como “aquella cuya preocupación se centra en ella misma con exclusión de cualquier otra.”
Otto Kernberg (1979), un relevante psicoanalista experto en la materia, afirma que “en los narcisistas se encuentran diversas combinaciones de ambición desmedida, fantasías de grandeza, sentimientos de inferioridad y excesiva dependencia de la admiración y aclamación externas. También son características de la personalidades narcisistas la inseguridad e insatisfacción crónicas acerca de sí misma, la explotación consciente o inconsciente de los demás y la crueldad hacia las otras personas”.

A continuación distinguiremos entre el trastorno narcisista de la personalidad y la personalidad narcisista. Como trastorno psiquiátrico éste no es estadísticamente muy frecuente (inferior al 6% según el DSM-V), pero como estilo de personalidad, aunque no haya encontrado cifras disponibles, la preponderancia ha de ser bien elevada en una sociedad y cultura que en sí misma es cada vez más narcisista y donde la “patología” empieza a convertirse en “normalidad”. De hecho, han sido numerosos las voces y escritos en la red que anunciaban que este trastorno podía desaparecer de la biblia de la psiquiatría, según se conocía de los borradores del DSM-V. No es así en la versión final recientemente publicada, que sí lo incluye, quizás por la alarma y críticas que desencadenó.

El trastorno narcisista de la personalidad, según el DSM
En el DSM IV el trastorno narcisista se caracteriza por:
Un patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), una necesidad de admiración y una falta de empatía, que empiezan al principio de la edad adulta y que se dan en diversos contextos como lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems:
1. Tiene un grandioso sentido de autoimportancia (p. ej., exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados).
2. Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.
3. Cree que es “especial” y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto estatus.
4. Exige una admiración excesiva.
5. Es muy pretencioso, por ejemplo, expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas.
6. Es interpersonalmente explotador, por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.
7. Carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.
8. Frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él.
9. Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios.
Como novedad el DSM-V pone atención en que:
“Las características típicas del trastorno de personalidad narcisista son la autoestima variable y vulnerable, con intentos de regulación a través de la atención y aprobación que buscan, además de grandiosidad abierta o encubierta”.

La personalidad narcisista. ¿Qué caracteriza a la personalidad narcisista?
El narcisismo es una enfermedad tanto psicológica como cultural. En el plano individual, denota un trastorno de la personalidad caracterizado por una dedicación desmesurada a la imagen en detrimento del yo.
El narcisista está centrado en sí mismo, pero no en su verdadero sí mismo, sino en una imagen mental idealizada de sí. Es muy dependiente de la actitud positiva de los demás hacia ellos. Consideran que los demás existen únicamente para apoyarlos. No ven a los demás como autónomos, diferentes, dignos de lo que son, un fin en sí mismos. No consideran las necesidades de otros tan importantes como las suyas propias, a menudo ni siquiera perciben que los demás tienen necesidades.
El narcisista queda atrapado en su imagen, entre la imagen de quién imagina que es y la imagen de quien es en realidad, se identifica con la imagen idealizada de sí mismo, quedando perdida la imagen del yo que les resulta inaceptable, no quieren ver su verdadero yo. La imagen inflada que tienen los narcisistas de sí mismos les ayuda a evitar la vergonzosa experiencia de sentirse vacíos e impotentes. En los narcisistas impotencia y omnipotencia existen juntas en polaridad. El narcisista impotente tiene una imagen grandiosa de sí mismo, a la que nunca puede llegar, fundamento que hace comprensible la experiencia de impotencia.

A los narcisistas les preocupa más su apariencia que sus sentimientos. De hecho, no los aceptan si éstos se contradicen con la imagen deseada. Al actuar con frialdad, tienden a ser seductores y manipuladores, a luchar por conseguir poder y control. Les falta el sentido del yo que se deriva de los sentimientos corporales. La vida les parece vacía y falta de significado, al carecer de un sentido del yo sólido. Viven en un estado de desolación.
Los narcisistas no funcionan basándose en una imagen del yo real, porque ésta les resulta inaceptable, por ello se identifican con la imagen idealizada de sí mismo. Pero , ¿cómo pueden negar o ignorar su realidad?. Para ello es necesario que se desconecten de su cuerpo, ya que la imagen del yo real tiene que ser una imagen corporal. Su comportamiento no está motivado por sus sentimientos (que se alojan en el cuerpo) sino que la consciencia se vale de imágenes que son las que regulan sus actos.

La falta o negación de sentimientos
Actuar con frialdad emocional es el trastorno básico que distingue a la personalidad narcisista. La causa hay que buscarla en la infancia, en la que los sentimientos estuvieron demasiado o demasiado poco presentes. Por ejemplo, una madre histérica y un padre que jamás expresa sentimiento alguno.
Para mantener ante sí mismos y los demás esa imagen ideal necesitan evitar sentir/se, desconectándose de su cuerpo, que es donde se alojan las emociones reales.
¿A través de qué mecanismos?
a) El mecanismo es la supresión de los sentimientos, a través de tensiones corporales que se convierten en crónicas, por ejemplo, la ira negada genera tensión en la parte alta de la espalda y en los hombros.
b) La negación de los sentimientos es otro mecanismo que utiliza la personalidad narcisista, que se consigue reduciendo la movilidad del cuerpo. Una emoción es un movimiento “moción” significa acción y efecto de moverse o ser movido; el prefijo “e” indica que el movimiento es en dirección hacia afuera. El sentimiento de amor, por ejemplo, se experimenta como un impulso para llegar hasta alguien; la ira, como el impulso de golpear; la tristeza, como el impulso de llorar. Si el impulso funciona preparando a los músculos para actuar, entonces se experimentará como una emoción. No hace falta dar golpes para sentirse airado, pero el cuerpo se prepara para la posibilidad de tal acción. La mayoría de personas aprietan los puños de manera espontanea ante un sentimiento intenso de cólera. En otros casos, es en la mirada donde se expresa el enfado que ha salido a la superficie. No es posible que una persona sienta una emoción y no la exprese de alguna forma, por sutil que sea ésta. De este modo la rigidez corporal “mata” al cuerpo al restringir la respiración y disminuir la motilidad.
c) Sin embargo muchos narcisistas tienen un cuerpo bastante ágil y flexible. Esto lo logran a través de otro mecanismo distinto al bloqueo del movimiento, que es el bloqueo de la función perceptiva, es la selección perceptiva. A menudo ésta es una decisión subliminal, al margen de la conciencia. En el cuerpo, el punto clave de tal tensión está en la base del cráneo, en los músculos que ligan la cabeza al cuello. La tensión muscular en esta zona parece bloquear el flujo de las emociones que va desde el cuerpo hasta el interior de la cabeza, que queda así desconectada del sentimiento corporal.

¿Se niegan todos los sentimientos?
“La expresión de los sentimientos en los individuos narcisistas suele tomar dos formas: la rabia irracional y la sensiblería o sentimentalismo” (Lowen, 2000). La rabia es una forma distorsionada de dejar salir el enfado y la sensiblería es un sucedáneo del amor. Las explosiones de rabia narcisista van estrechamente ligadas a la experiencia de la frustración, a que las cosas no salgan como quieren, en otras palabras, a sentirse impotentes. Esta rabia está asociada con la traición original sufrida en la infancia.
Algunas de las emociones secundarias más frecuentes de los narcisistas son la desilusión, la ira, la vergüenza y la envidia. Así, una de las dificultades mayores de este tipo de personalidad es el cómo manejan la desilusión, ya que no puede sentir “un poco de desilusión”. No puede sentir desilusión sin hundirse. No puede vivir la continuidad sino la dicotomía. Sus expectativas están infladas en forma de todo-o-nada, por ejemplo, vive una nueva relación como la pareja ideal, pero tras la desilusión (que lógicamente siempre llega) la pareja se cae del pedestal y pasa a ser “de lo peor”. No puede amar al otro como es, porque no lo ve, y porque sus imperfecciones son vividas como tragedias, como algo que no puede sostener o soportar, que lo desestructura.
La envidia , de otro lado, está siempre presente en la personalidad narcisista, aunque quizás sea una de las emociones menos reconocidas. Y ésta es la fuente de la hostilidad, el rechazo, el desprecio y los deseos destructivos y autodestructivos que están a su vez frecuentemente proyectados en el entorno, existiendo una cualidad paranoide en el funcionamiento de estas personas. Debido a su egocentrismo, a menudo creen que lo que está ocurriendo en el ambiente es una afirmación acerca de ellos, es decir, lo personalizan. Otra característica de esta reacción paranoide es la desconfianza frente a cualquier recepción positiva, no creyendo que la retroalimentación positiva sea honesta, de modo que mirará con desprecio a las personas que le proporcionan caricias positivas, a pesar de todo lo que las anhela.
“Sin perder nunca los estribos” (Trechera, 1996). Nada de excesos, de desbordamientos, de tensión que lleve a perder los estribos. Los individuos aspiran cada vez más a un desapego emocional, motivado por los riesgos de inestabilidad que sufren en sus relaciones interpersonales. Su objetivo es no depender de nadie, no atarse a nada.

La necesidad de proyectar una determinada imagen o arrogancia del ego
El papel de la imagen es una forma de intentar compensar su sentido de inadecuación. La imagen en sí misma es la negación de los sentimientos. Por medio de la identificación con una imagen de grandiosidad, uno puede ignorar el dolor de realidad interna. Por ejemplo, presentarse como alguien comprometido con “hacer el bien a los demás”, que puede encubrir en la realidad un ejercicio de poder sobre las otras personas.
Para comprender la diferencia entre “el yo real” y “la imagen”, conviene definir y diferencia el YO del EGO. Para la bioenergética (Lowen, 2000), el YO es un fenómeno biológico, no psicológico. El “yo” son aquellos aspectos del cuerpo que tienen que ver con los sentimientos. El “yo” no se puede experimentar más que como un sentimiento. En cambio el EGO es una organización mental que se desarrolla a medida que el niño crece. El ego no es el yo. El ego representa la consciencia del yo. Al disociar el ego del cuerpo o yo, los narcisistas separan la conciencia de lo que es su fundamento vivo.
Según el funcionamiento del cuerpo una persona se puede sentir sana o enferma, con ánimo o desanimada, vital o deprimida, sexualmente excitada o impotente. Como se sienta dependerá de lo que está sucediendo en cuanto a su función corporal. La voluntad o el ego no es capaz de crear un sentimiento, aunque puede que intente controlarlo. No es posible generar verdaderamente a voluntad la respuesta sexual, el hambre, el sentimiento de amor o incluso la ira.

¿Exceso de amor a uno mismo?
Lo corriente es pensar que el narcisismo es un amor desmesurado por uno mismo, sin embargo, esto es sólo parcialmente correcto. Los narcisistas son tan insensibles a las necesidades del otro, como a sus propias auténticas necesidades. El narcisista no se ama a sí mismo, ama a su imagen, no a su yo real.
Hablar de “un grado razonable de narcisismo”, equiparando narcisismo a amor por uno mismo, es –en mi opinión- desvirtuar el concepto de narcisismo, o tratarlo de una manera muy superficial. ¿Se puede hablar de un “grado razonable de narcisimo”?. Esto es, ¿se puede hablar de un “grado razonable de amor a uno mismo”? El amor a uno mismo o a los demás no tiene porqué ser comedido. El amor crece cuando nos amamos y amamos, no hay un valor óptimo intermedio. Dice S. Freud: “El que ama se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo”, de modo que aquí queda más claro que es narcisismo está muy alejado del amor.
El narcisismo es completamente diferente del amor a sí mismo. El narcisista no se ama, no está satisfecho de sí y por eso es codicioso. La codicia siempre es consecuencia de una grave frustración, ya sea codicia de poder, de comida o de cualquier cosa. La codicia se debe siempre a un vacío interior. He aquí la gran paradoja de la personalidad narcisista; por un lado es incapaz de captar nada externo a sí mismo y por otro, necesita constantemente el apoyo, la confirmación del suministro exterior narcisista para el mantenimiento de su autoestima (Trechera, 1996).

El afán de poder y control
La imagen en el narcisista tiene también una función externa en relación con el mundo. Es una forma de conseguir la aceptación de los demás, de seducirlos y de ganar poder sobre ellos. El afán de poder y control es característico de todos los individuos narcisistas. No todo narcisista consigue poder, ni toda persona que tiene poder es narcisista, pero la necesidad de poder es parte del trastorno narcisista.
El narcisista niega la tristeza y el miedo porque su expresión hace que la persona se sienta vulnerable, permite a la persona proyectar una imagen de independencia, valor y fuerza. Esta imagen esconde su vulnerabilidad, tanto ante sí misma como ante los demás.
Carente de la fuerza efectiva que surge de los sentimientos intensos, el narcisista necesita y busca el poder para compensar esa deficiencia. El poder parece dar energía a la imagen narcisista, darle una potencia que de otro lado no tendría.
El control tiene la misma función que el poder, les protege de posibles humillaciones. Necesitan asegurarse de que no existe posibilidad alguna de que otra persona tenga poder sobre ellos. Todo narcisista alberga un profundo temor a que le humillen.

La rabia puede desencadenarse también frente a situaciones que sean vividas como desafío de poder, por ejemplo, el caso de un padre narcisista con su hijo. La desobediencia del hijo puede ser vivida con una rabia desproporcionada y con frustración, es como si al no obedecerle el chico desafiara su poder. De niño, para el narcisista, el ganar o el perder supuso una experiencia de vida o muerte. Por ello, de adulto, el perder da mucho miedo, porque no sólo es un fracaso, sino que inconscientemente, puede ser la muerte. “Si yo no tengo poder, estoy muerto” es una creencia inconsciente irracional , que puede vivirse como “lo que más temo es no poder controlar una situación”.
De otro lado, el narcisista intenta trascender por medio del poder sus sentimientos de indefensión y dependencia. Aunque se lo nieguen, necesitan también a la gente pero no se atreven a pedir ayuda, porque abriría la herida narcisista que la persona sufrió en la infancia, cuando indefenso y dependiente, uno de los progenitores le utilizó abusando de su poder.
Como mecanismo de defensa se consideran superiores, creyendo que no necesitan a nadie. Y muchas veces parece que así sea, porque no son presa de las ansiedades humanas.

El narcisista grandioso y el narcisista sensible
Wardetzki (2012) subraya la interesante clasificación dual (y complementaria) del concepto del narcisismo. Distingue entre dos clases de narcisistas o patrones de reacción: el narcisista abierto (o grandioso, impasible e insensible) y el narcisista encubierto (o inferior-depresivo, hipervigilante y sensible):
• El narcisista grandioso (o abierto) se caracteriza por su afán de poder, por ser desconfiado, arrogante, agresivo, egocéntrico, soberbio y por no prestar apenas atención las reacciones de los demás. Adopta la posición del “emisor” del que parte toda la información, no le gusta escuchar y apenas procesa lo que dicen los demás.
• El narcisista sensible (o encubierto) se muestra en cambio como un oyente “realmente cualificado”. Esto significa que escucha atentamente para reconocer las señales de rechazo y crítica. Es extremadamente sensible a las reacciones de los demás y evita ser el centro de atención. Sus rasgos de identidad son la sensibilidad, la timidez, la depresión, la vergüenza y el sentimiento de humillación.
Para esta autora, estos dos perfiles se corresponden fundamentalmente con la variante masculina y femenina del narcisismo. Masculino y femenino no significa necesariamente que sólo puedan adscribirse varones al primero y mujeres al segundo. No, ambos sexos pueden encarar estos dos perfiles. Con todo, la mayoría de las mujeres manifiestan una forma femenina de narcisismo y la mayoría de los hombres una forma masculina.
Personalmente encuentro esta distinción muy útil para la práctica terapéutica, porque ambos estilos de narcisismo forman parte de una polaridad del narcisista, lo que cambia es el lado que permanece oculto y el que se muestra (luz-sombra), también hacia uno mismo.

El narcisista y el narcisista complementario
Wardetzki (2012) en su libro “El amor vanidoso” hace una excelente exposición acerca de cómo fracasan las relaciones de pareja narcisistas. El narcisista y el narcisista complementario se coimplican como el sol y la sombra.
El narcisista complementario también tiene una estructura narcisista, solo que de signo contrario (Willi, 1983) . El narcisista está enredado en la grandeza de su yo, mientras que el narcisista complementario, en cambio, vive en un narcisismo encubierto caracterizado por la timidez, la excesiva sensibilidad y la infravaloración de sí mismo.
En lo tocante a su conducta relacional, el narcisista grandilocuente se pone más a la defensiva y mantiene más claramente la distancia emocional, siguiendo un patrón de apego evasivo. Por eso pasa por ser el egocéntrico de la relación. El narcisista complementario, en cambio, parece altruista y abnegado; y pese a ser el más necesitado de apoyo, tiende a evitar relaciones demasiado estrechas por miedo al rechazo.
La causa de este “reparto de papeles” reside en la estructura psíquica interna de las personas narcisistas, cuya vivencia está desdoblada: grandeza y superioridad por un lado, por el otro nulidad, insignificancia y minusvaloración, llegando incluso al sentimiento de inexistencia.
Las personas, por regla general, buscan en las relaciones de pareja un perfil complementario. El deseo que anida aquí es desarrollarse plenamente con ayuda del otro y sanar las carencias, heridas y rechazos del pasado. De esta manera ambos miembros se descargan, por así decir, de un lado de su yo, y lo viven a través del otro. El narcisista grandilocuente ya no tiene que vivir su sentimiento de inferioridad cuando se empareja con una mujer que ocupa el otro polo. Puede ser entonces el hombre fuerte y dejar que su mujer encarne la debilidad. La ventaja que en esta operación obtiene la mujer es de descargar la responsabilidad sobre los hombros del otro, y no tener que tomar decisiones sin hacer esfuerzos. Ella proyecta en el hombre las aspiraciones de grandeza que le avergüenzan, protegiéndose así de la necesidad de hacerse valer.

La génesis del trastorno narcisista
Todo tipo de narcisismo se origina por las dificultades en la relación entre padres e hijos. Los padres del narcisista no le proporcionan suficientes cuidados y, sobre todo, apoyo a nivel emocional, al no reconocer y respetar la individualidad de la criatura, pero a la vez intentan seducirlo para moldearlo según la imagen que ellos tienen de cómo debe ser el niño. Ellos proyectan su narcisismo sobre su hijo: “Yo soy especial, y por tanto mi niño es especial”. Las experiencias infantiles tempranas del narcisista se caracterizan por una falta de contacto auténtico con los padres.
Wardetzki (2012) se refiere al “Yo expandido” como la actitud acaparadora del narcisista , en relación al entorno, por lo que se priva al otro de su propio yo. No se respetan los impulsos, sentimientos y necesidades del otro como ser independiente, sino que se le anexiona a uno mismo con el fin de expandir el propio yo. Por medio de mecanismos de la expansión del propio yo, la persona narcisista fuerza inconscientemente a los demás a asumir la definición que él hace de ellos.
La sociedad narcisista de hoy en día, abonará el terreno y consolidará este tipo de personalidad, si bien cabe pensar que “no puede generarla” ya que el carácter se hace en los primeros años de vida.

Humillación seguida de seducción
En primer lugar se produce una experiencia humillante de impotencia, a la que le sigue un proceso de seducción, mediante el cual se le hace creer al niño que es un ser especial. Esto se ve acompañado de un rechazo, tanto en la humillación como en la seducción, y sucede con frecuencia que el progenitor que seduce también rechaza.
De niños, los narcisistas sufren lo que el psicoanálisis describe como una grave herida narcisista, un golpe a la autoestima que moldea su personalidad y deja en ella una cicatriz. Tal herida conlleva una humillación, que representa en concreto la experiencia de sentirse impotente mientras la otra persona disfruta del ejercicio del poder y del control sobre uno. “Todos mis pacientes narcisistas han pasado por la experiencia de sentirse profundamente humillados durante su infancia, y esta humillación se la infringieron sus padres al utilizar el poder sobre ellos como medio de control” (Lowen, 2000).
El castigo físico no es la única forma de humillar a los niños, la crítica que les hace sentirse inútiles, inadecuados o estúpidos, cuando la crítica no va dirigida a servir de utilidad sino a demostrar la superioridad paterna. Algunos padres se ríen o burlan de sus hijos. También pueden minimizar los sentimientos de éstos, tildándolos de falsos o haciendo comentarios sarcásticos del tipo “lágrimas de cocodrilo”. La lista de formas de rebajar, machacar, herir al niño y negarle el respeto de su humanidad de su identidad puede ser muy larga.
El proceso de seducción de su infancia es el origen de que se sientan traicionados. Que se les rechace o se les hiera abiertamente provoca en ellos un sentimiento de cólera, pero sentirse traicionados por la falsa promesa que les hizo una persona en la que confiaban, genera en ellos una rabia asesina.
¿Cómo se produce la seducción? La palabra seducción viene del latín seducere, que significa apartar . La madre, por ejemplo, puede establecer una relación especial con el niño. El niño seducido puede hacer la siguiente conexión: “Mamá me quiere más a mí que a mi hermano o a mi padre, por tanto, soy superior a ellos”.

La promesa –explícita o implícita- de que va a ser muy especial es el cebo seductor que los padres le ponen delante al niño, para moldearle según la imagen que ellos tienen de cómo debe ser su hijo. Los padres tienden a identificarse con sus hijos y a proyectar en ellos sus propias aspiraciones y deseos insatisfechos.
Ser especial es ser superior al yo corporal. El niño se ve obligado a rechazar la parte de su yo a la que el progenitor pone objeciones, es decir, sus sentimientos corporales y el deseo de ser independiente. Con el tiempo, mentalmente cree que podrá controlar, y suprimirá, aquellos sentimientos que sean inaceptables y le causen dolor. Suprime y niega el temor a sus padres, la cólera que sintió cuando empezaron a usar la fuerza con él, y su tristeza y desesperación por la pérdida de su verdadero yo.
También está el caso de los padres que buscan la comprensión y la simpatía de su hijo y le tratan como a un igual, le colocan en una posición de adulto. El niño es seducido y utilizado, haciendo que el niño se sienta especial.
La seducción puede ser de distinta índole, también de tipo sexual, normalmente de manera inconsciente, tal y como describe el psicoanálisis y comparten, aunque más matizado, otras corrientes psicoterapéuticas.

¿Cuál es la vivencia o recuerdo de la infancia narcisista?
El narcisista en terapia casi siempre habla –al principio- de que nunca sufrió desilusiones, ni conflictos, ni decepciones, una experiencia idílica en su infancia, la cual fue magnífica y sin contratiempos, y manifiesta buena relación con los padres, especialmente con la madre, con quién tuvo una relación estrecha, y con quien ha quedado en simbiosis. Introyectó una imagen idealizada de al menos uno de los padres, para mantener cierta sensación de familia armónica, estructurada, amorosa y ordenada.
Con posterioridad, conforme avanza la terapia, el narcisista toma conciencia de haberse sentido incomprendido, utilizado, privado de libertad (en la manifestación de su verdadero ser) e invisible frente a lo que realmente era, incluyendo su experiencia emocional, necesidades, habilidades y debilidades. No se reconocieron ni se respetaron los sentimientos del niño, rara vez recibió elogios por sus logros, excepto si representaban la autoestima de los padres. Lo alababan en forma desmedida cuando no había un logro real, o los logros se minimizaban y se atribuían a los padres.
De la seducción a la explotación sólo hay un paso
Wardetzki (2012) lo simboliza en el concepto del “niño joya”: “yo era la joya de mis padres, me exhibían ante sus amigos y familiares… No veían mi angustia, sólo se veían a sí mismo y su orgullo de padres”. Estas palabras muestran con claridad cómo funciona la llamada explotación narcisista. No son las necesidades, la persona del hijo, las que adquieren un significado prioritario, sino el deseo de los padres de sentirse reconocidos, confirmados y aplaudidos. Y qué mejor forma de conseguirlo que a través de las dotes de su hijo, de la que los padres se apropian para compensar su propio déficit narcisista y elevar su autoestima. El niño desempeña su papel pese a representar para él una pesada carga y una fuente de angustia y de sentimientos de inferioridad. Al mismo tiempo, sobre el niño recaen grandes aspiraciones, surge ahí un dilema interior entre la nulidad y el ser alguien especial, entre la depresión y la grandeza, dilema que le acompaña al narcisista durante toda la vida. Esto conduce al “drama del niño dotado” (Miller, 1979).

“De la seducción a la explotación sólo hay un paso” se da, por ejemplo, cuando alguien ha de hacer por otro algo que realmente no entra dentro de sus responsabilidades, como es el caso de los niños que se ven obligados a apoyar a sus padres porque a causa de depresiones, adicciones u otros motivos no son capaces de cuidar de sí mismos. Se les asigna así el papel de padres. Se trata de una inversión directa de la relación padre-hijo: el niño se convierte en padre y/o madre, los padres en niño, lo que recibe el nombre técnico de “parentalización”. Es una de las formas que adopta la explotación psíquica del niño, pues en lugar de ser protegido, ha de proteger a los demás. Estos niños viven preocupados de lo que será mejor para papá o para mamá, y dejan de percibir lo que ellos mismos necesitan. No consiguen desentenderse de las necesidades y exigencias de los padres, y cuando lo intentan son invadidos por un intenso sentimiento de culpa. Es muy posible que estos niños hayan aprendido estos mecanismos y los utilicen de adultos, esto es, seduzcan y exploten.

Grados en la personalidad narcisista
Es posible que muchos lectores estén reconociéndose en algo de lo dicho aquí. Pero no en toda la crudeza del trastorno narcisista de la personalidad en un nivel de enfermedad psiquiátrica o forma “maquiavélica” o “maligna”. ¿Podemos hablar de niveles de narcisismo? Indudablemente sí. Yonteff (2002) lo incluye dentro de una categoría intermedia entre el neurótico y el psicótico, junto a la personalidad limítrofe, tal y como hace el reconocido psiquiatra en la materia Kernberg (1979) en su obra “Desordenes fronterizos y narcisismo patológico”. Si bien muchas de las personas con trastorno narcisista parecen bien integrados y son capaz de dar una imagen de “salud” en nuestra cultura narcisista.
Lowen (2000) desde la Bioenergética hace una escala de algunos de los caracteres, de menor a mayor gravedad en su narcisismo: carácter fálico-narcisista; carácter narcisista; personalidad límite; carácter psicopático; y la personalidad paranoide.
Kernberg (2005) distingue -aumentando el grado de enfermedad y de dificultad en la cura- entre: el trastorno de personalidad narcisista, el narcisismo maligno y el trastorno de personalidad antisocial (o psicópata).
Por tanto, sin que sea objetivo de este trabajo entrar en las diferenciaciones anteriores, que por ello sólo se nombran, podemos concluir que la herida narcisista puede estar presente tanto en lo que hoy en día podría considerarse una persona vista como “relativamente sana”, por estar bien integrada en la sociedad actual; hasta el psicópata, ése último “¿trastorno?” sin cura, según los expertos en la materia.

El acompañamiento de la personalidad narcisista
La cuestión del poder y del control también surge en el contexto terapéutico. No se producirá un cambio básico en la personalidad o en el carácter de un paciente, si es éste quien controla la terapia. Pero a la mayoría de los pacientes narcisistas les aterroriza ceder el control. No confían plenamente en el terapeuta y –dadas sus primeras experiencias- es comprensible que así sea. Tienen miedo a ser utilizados, tal y como les sucedió en el contexto familiar. Ven al terapeuta como alguien que tiene poder, y por ello se resienten contra él y le oponen resistencia. Éste es por supuesto, un problema de transferencia . Con todo lo necesitados que están, no pueden aceptar su dependencia de otra persona para que les ayude a cambiar la situación. Sentirse impotentes es demasiado humillante para ellos. Tienen que conservar el control de la situación.
El control se mantiene negando y suprimiendo los sentimientos. Pero el objetivo terapéutico es precisamente ayudar a los pacientes a abrirse y a aceptar sus sentimientos. Esto significa que tienen que aprender a dejar de controlar. Tienen que aprender a que les muevan sus emociones y sentimientos, incluso a dejarse llevar por sus respuestas emocionales –de otro modo jamás conocerán la gloria del amor y la euforia del gozo-. Pero nos encontramos aquí con un dilema: es precisamente el miedo a dejarse llevar por los sentimientos lo que asusta a los narcisistas. Este miedo hace surgir otro: el miedo a la locura, contra el cual movilizan todas sus defensas. Para ellos, perder el control es lo mismo que volverse locos (Lowen, 2000).

Es importante trabajar con el narcisista el niño interior herido. La persona quedó herida en su niñez por rechazos o traumas reaccionando en la actualidad con miedo, desconfianza y sentimientos negativos de no ser amado e importante. Nace ahí un deseo de reconocimiento y aprecio que, en el caso de los narcisistas adultos, se expresa en exigencia de atención y amor constante.
Reconocemos al niño interior cuando la conducta y sentimientos que desencadena una determinada situación no se corresponden con la edad real del adulto. Para acceder al niño interior, el adulto tiene que establecer contacto con el niño que en su día fue. A veces opone resistencia al acercamiento a este lado herido del yo, se lo aparta, no queremos percibirlo. En realidad, el adulto rechaza a su niño interior del mismo modo que él en su día fue rechazado. Comenzar a trabajar con el niño interior desencadena reacciones emocionales muy intensas.

Si el trabajo con el niño interior es importante, no lo es menos, en mi opinión, el trabajo con el adulto interior en una fase posterior. Aunque haya posibilidades de reconocer y reconstelar escenas de la niñez, en algún momento el adulto tendrá que hacerse cargo de ese niño, que hoy en día no podrá rellenar semejante hueco de su infancia. Si aprende a reconocer al niño interior “disparado”, podrá desde un esfuerzo consciente, hacerse ayudar del adulto interior para sostenerse en la frustración de no poder recibir aquello que no se recibió. Aprenderá a reconocer su necesidad, apreciarse y nutrirse de su entorno, pero sobre todo, del amor hacia sí mismo. Larga y ardua tarea para el narcisista.
No obstante no es fácil que los narcisistas (más aún la tipología grandilocuente) vayan a terapia, y cuando lo hacen, con frecuencia es por crisis vitales. Cuando lo que hasta entonces definía su proyecto vital (estabilizadores emocionales que sostienen su autoestima frágil) se ha venido abajo, ya sea la pérdida de un trabajo, de una pareja, o por otras circunstancias que le llevan a cambios en los cuáles no saben cómo reaccionar. Pueden llegar a derrumbarse, con miedo, enfermedades psicosomáticas, depresiones por abandono, pensamientos de suicidio o sentimientos tanto de inferioridad como de desamparo y sin sentido.
Por regla general, la dinámica narcisista de los clientes se manifiesta en la relación con el terapeuta en forma de ambivalencia. Por un lado creen conocerlo todo mejor y poder resolver sus problemas por ellos mismos, por el otro las esperanzas y exigencias que depositan en la terapia son muy altas.

Para que la relación terapéutica tenga éxito es imprescindible que nosotros los terapeutas también nos confrontemos con nuestro lado narcisista. Si nos sentimos humillados cada vez que un cliente no hace progresos y no nos ratifica en lo relativo a nuestra competencia, puede generarse una dinámica de explotación bajo el razonamiento: “tienes que curarte para que yo pueda tenerme por un buen terapeuta”.
Ya hablaba Miller (1979) del “complejo de psicoanalista”, y aunque no nombre –si bien recuerdo- la palabra narcisista, se está refiriendo a una experiencia de niñez y de vida basada en esta herida, que según en la experiencia de ella portan muchos terapeutas.
El aumento del trastorno narcisista
Cada contexto social crea su propio estilo de vida, una determinada jerarquía de valores, diversas pautas de comportamiento y sus propias patologías. El trastorno narcisista de la personalidad es una alteración típica de nuestro modo de vida. Dos influencias claves han propiciado el desarrollo actual del narcisismo. Por un lado, el contexto norteamericano y por otro, el enfoque filosófico de la postmodernidad. El trastorno narcisista se caracteriza por varios rasgos: imagen distorsionada de uno mismo, maquiavelismo, dominancia-poder, exhibicionismo y falta de empatía. Las consecuencias negativas del estilo de vida narcisista, desde un punto de vista psicológico y sociológico, son obvias (Trechera, 1996).

¿Qué ha podido suceder para que hayan aumentado los trastornos narcisistas, en comparación con épocas anteriores? La expansión creciente del narcisismo en occidente, según Lowen (2000), hay que buscarla en el contexto cultural que ha dado un giro casi de 180 grados. Lo que predomina hoy en día en nuestra cultura es una tendencia a considerar los límites como restricciones innecesarias del potencial humano. Los negocios se dirigen como si no existieran límites para el crecimiento económico. El poder, el rendimiento y la productividad se han convertido en los valores dominantes, y han desplazado a virtudes tan “anticuadas” como la dignidad, la integridad y el respeto a uno mismo.
Desde el punto de vista cultural, se puede entender el narcisismo como una pérdida de valores humanos –ausencia de interés por el entorno, por la calidad de vida, por las demás personas-. Una sociedad que sacrifica su medio natural para obtener dinero y poder, no tiene sensibilidad por las necesidades humanas. La proliferación de cosas materiales se convierte en la medida del progreso vital. Cuando la riqueza material está por encima de la humana, la notoriedad despierta más admiración que la dignidad, y el éxito es más importante que el respeto a uno mismo, entonces la propia cultura está sobrevalorando la imagen y hay que considerarla como narcisista.

Alzueta (2010) en su escrito La cultura narcisista señala como “ante la falta de creencia en los ideales colectivos, la sociedad en su conjunto opta por la vivencia inmediata del placer, el culto al cuerpo y a la moda, el hedonismo, siendo estos motivadores básicos de la conducta individual”.
Ante la carencia de un proyecto universal, el hombre occidental se refugia en el culto a la individualidad. Cada sujeto es el centro del mundo y del universo. Nuestra civilización occidental se caracteriza por perder de vista las necesidades del otro, por tener una anestesia social, y por buscar compulsivamente utensilios o experiencias que satisfagan la necesidad de gratificaciones inmediatas, vemos los hechos sin que nos afecten o interpelen. Es una cultura del “yo en primer lugar”. El culto al individuo puede dar lugar a la egocracia. Muchos sujetos se resguardan en el individualismo y en las experiencias inmediatas.

Fuente: Almansa, C. 2015. El narcisismo en la Terapia Floral. Ponencia presentada al V Congreso de Terapia Floral de Sedibac, mayo 2015, Barcelona. Disponible on-line: https://www.gestaltceres.com/el-narcisismo-en-la-terapia-floral/