Anna Freixas: «Podemos ser viejas con nuestras arrugas y canas y con glamour»

Tengo 76 años. Nací en Barcelona y vivo en Córdoba. Tengo pareja y un hijo. Soy feminista. Lo peor que ha tenido este planeta es la especie humana: devoradora e insaciable, lo que augura un futuro poco optimista. Envejecer es una actividad de riesgo en esta sociedad sin alma. Me interesa la espiritualidad no religiosa.

Exprofesora universitaria de Psicología Evolutiva lleva desde los 30 años estudiando y escribiendo sobre el envejecer femenino. Yo, vieja, Capitán Swing, sexta edición, y recientemente editado por Booket en bolsillo, toca un tema sensible: el terror que sentimos ante el hecho de envejecer, de ser una vieja, una anciana, un cero a la izquierda.

Yo, vieja toca un tema sensible: el terror que sentimos ante el hecho de envejecer, de ser una vieja, una anciana, un cero a la izquierda.

El enfoque de Freixas nos invita a reivindicar la palabra vieja, a no huir de nuestros años sino agradecer ese regalo de la longevidad. No queremos ser dramáticamente jóvenes: retocadas, operadas, disfrazadas -dice-, sino afirmar dignamente nuestra edad. Nos ha costado lo nuestro conseguirla. Sintetiza los derechos de las mujeres mayores en tres principios: la libertad, la justicia y la dignidad. «Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero», escribió José Saramago.

«Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero», escribió José Saramago.

¿Orgullosamente viejas?

La gente hoy en día trata de aparentar que es joven aunque tenga 70 años. No hemos validado un modelo de mujer mayor, de vieja con glamour, arrugas y canas y que está en el mundo en situación de pleno derecho.

¿Por eso reivindica la palabra vieja?

Si no lo hacemos estaremos siempre sufriendo, tratando de evitarla. Ser vieja es un estadio del ciclo vital, no es una desgracia, la desgracia es palmar a los 30, pero llegar a los 70, a los 80, es una suerte que nos ha regalado la historia.

Aun así, vieja no suena muy bien.

Mientras la palabra esté cargada de estigma, como si tuviéramos que pedir perdón por existir, vamos a vivir siempre enfadadas, nunca podremos ser viejas tranquilas.

No hemos validado un modelo de mujer mayor, de vieja con glamour, arrugas y canas y que está en el mundo en situación de pleno derecho.

Hay que resignificar la palabra.

Sí, quitarle dramatismo, relativizar y usar mucho el humor.

Los 60 caen como una losa.

Entre los 60 y los 70 vivimos una recuperación de muchos elementos que nos hacen libres y divertidas, ya no nos creemos muchas de las cosas que nos habían vendido.

¿Por qué más divertidas?

Ya no dramatizamos, relativizamos, y esto nos da simpatía y alegría; y disponer de la seguridad que te dan las amigas, los vínculos, es algo esencial que los hombres no suelen cultivar, quizá por eso tres de cada cuatros suicidios son masculinos.

No queremos ser dramáticamente jóvenes: retocadas, operadas, disfrazadas -dice-, sino afirmar dignamente nuestra edad.

Los viejos son un estorbo para la sociedad.

En el imaginario cultural la vejez es fealdad, persona no interesante, pero si miras a tu alrededor ves que eso no se corresponde con la realidad, hay un montón de viejas interesantes que participan en la vida cultural y social, hace falta que nos lo creamos.

Quien tuvo retuvo, dicen.

Podemos ser elegantísimas respetando los signos de la edad, con nuestras canas, arrugas y nuestro cuerpo. Tendremos que definir una belleza que nos haga felices a los 70, a los 80…, pero la sociedad no se lo cree.

Curioso que un regalo de 30 años más de vida lo vivamos con vergüenza.

Y mucha ira, porque el cuerpo envejece; por mucho taichi o aquagym que hagas, es otro cuerpo. ¿Quién ha dicho que no es bello?…

En el imaginario cultural la vejez es fealdad, persona no interesante, pero si miras a tu alrededor ves que eso no se corresponde con la realidad, hay un montón de viejas interesantes que participan en la vida cultural y social, hace falta que nos lo creamos.

¿Cuáles son las ventajas de la edad?

Se amplia la gama de grises, la vida se llena de matices si no eres dogmática y has acumulado sabiduría que te permite convertirte en mentora de la gente joven, y vivir con humor.

Una generación, la suya, que ha luchado por la emancipación de la mujer.

Conseguimos el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de violencia de género, y ahora toca luchar por una vejez digna.

Bien dicho.

Inventar una vejez que nos permita disfrutar aunque veamos peor, oigamos peor y usemos un bastón: ese elemento de libertad.

Tendremos que definir una belleza que nos haga feliz a los 70, a los 80…, pero la sociedad no se lo cree.

El terror es que nos aparquen en una residencia de ancianos.

Sí, eso da pánico. Habrá excepciones, pero por lo general significa la pérdida de libertad en todos los ámbitos: tu sexualidad, relaciones, dinero y vida, porque te puentean.

¿Te vuelven a tratar como a una niña?

Ocurre en la vida cotidiana, en el centro de salud te dicen: «Abuela, pase», de repente ya no tienes nombre y apellido, y te hablan con diminutivos: «Levante el bracito, deme las gafitas», un tono insufrible, una falta de consideración a nuestras capacidades mentales.

Ahora lo de la sexualidad en la tercera edad es algo de lo que se habla mucho.

Sí, podemos disfrutar de la sexualidad y la hemos desestigmatizado. ¡Pero ojo que no se convierta en otro mandato! Esos años de más son para vivirlos como te dé la gana.

Sí, podemos disfrutar de la sexualidad y la hemos desestigmatizado. ¡Pero ojo que no se convierta en otro mandato! Esos años de más son para vivirlos cómo te dé la gana.

Hace falta fortaleza.

Debemos crear entre todas nuevos modelos de ser vieja y parecerlo. Siempre hemos luchado por no parecerlo, ahora creo que podemos serlo con libertad, con estilo, con dignidad, pero sin pretender tener las tetas como una de 20 años, eso es casi pornografía.

¿Hay que librarse de los modelos?

Sí, ya nos han torturado y enfermado con los tacones, las dietas y las operaciones estéticas. No queremos ser dramáticamente jóvenes, sino afirmar dignamente nuestra edad. Nos ha costado lo nuestro conseguirla.

¿Qué podemos hacer por nosotras?

Lo primero aceptar la edad, los cambios en el cuerpo, y luego poner límites a todo lo que nos roba el tiempo propio, que lo hemos ido regalando como si nos sobrara.

Conseguimos el divorcio, el aborto, el matrimonio homosexual, la ley de violencia de género, y ahora toca luchar por una vejez digna.

De eso te sueles dar cuenta tarde.

Di tu edad con orgullo, ya sabes que la longevidad es un regalo, un logro, no una catástrofe. Además, te sientes vieja cuando no tienes proyectos, no cuando te haces mayor.

¿Alguna sugerencia?

Dúchate y lávate el pelo a menudo y acuérdate de peinarte por atrás después de haber estado tumbada. Despréndete de trastos viejos acumulados, aligera tu vida. Rodéate de cosas bonitas. No pidas permiso para existir. Valórate. Identifica y reconoce tu saber.

Debemos crear entre todas nuevos modelos de ser vieja y parecerlo. Lo primero aceptar la edad, los cambios en el cuerpo y luego poner límites a todo lo que nos roba el tiempo propio, que lo hemos ido regalando como si nos sobrara.

Fuente: Ima Sanchís, La Vanguardia, jueves 30 de Marzo de 2023

El orgullo por las canas y las arrugas

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El poder de las mujeres mayores donde expresa que este colectivo «está gritando `aún tenemos fuerza y mucho que ofrecer, no quedaremos relegadas a la invisibilidad´».

Quiere el castellano que la palabra vejez sea del género femenino. También cana, arruga, invisibilidad… Pero también aceptación, dignidad, belleza y lucha. Que es de lo que va este reportaje, donde tres mujeres que dejaron atrás hace tiempo la juventud y que han logrado triunfar en la esfera pública cuentan cómo la madurez y hasta la ancianidad no deben ser algo que se esconda o se camufle. La modelo Pino María Montesdeoca, la actriz Benedicta Sánchez y la escritora Toti Martínez de Lezea afirman que sin pechos turgentes, sin curvas de infarto, sin cutis perfectos -¡y hasta sin dientes, qué caramba!- se puede ser una estrella, una persona «visible» y reconocida por su talento. Respetada y aplaudida.

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Quiere el castellano que la palabra vejez sea del género femenino. También cana, arruga, invisibilidad… Pero también aceptación, dignidad, belleza y lucha.

Y cada vez hay más estudios (y realidades) que lo confirman. Susan Douglas, profesora de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Michigan, ha escrito un libro sobre el poder de las mujeres mayores donde expresa que este colectivo «está gritando `aún tenemos fuerza y mucho que ofrecer, no quedaremos relegadas a la invisibilidad´». La experta cree que están reinventando «el significado de ser una mujer mayor» y luchando contra la idea de que el `valor´ de los hombres aumenta con la edad mientras que el suyo se venía abajo. Es también la tesis que esgrime la estudiosa Deborah Rhode en su libro «The Beauty Bias», donde explica que mientras el pelo blanco y las arrugas del entrecejo han sido tradicionalmente interpretados como signos de «distinción» en los hombres, las mujeres de cierta edad, presionadas, han intentado ocultarlos para no sentirse marginadas. Así, según las estudiosas, el prejuicio por la edad es uno de los últimos sesgos de nuestra cultura y está íntimamente ligado al sexismo. Aunque ha empezado a quedarse viejo -vetusto, anciano, decrépito- y ya camina, poco a poco, hacia la extinción.

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Mientras el pelo blanco y las arrugas del entrecejo han sido tradicionalmente interpretados como signos de «distinción» en los hombres, las mujeres de cierta edad, presionadas, han intentado ocultarlos para no sentirse marginadas.

Pino María Montesdeoca, 57 años, modelo.
«Hay que hacer entender a todas las que vienen detrás que tener 50 años mola… ¡y 60 también!»

A Pino María la ves en las fotos publicitarias o sobre la pasarela con porte de reina, segura, serena. Ninguna veinteañera sería capaz de mirarla por encima del hombro. Rezuma fuerza. Y eso enamora, porque no hay nada más `anti-sexy´ que los complejos. La modelo, muy demandada por marcas como L’Oreal, por grandes firmas como Pedro del Hierro y diseñadores de la talla de Duyos, luce su madurez y la reivindica. «Hay que hacer entender a las mujeres que los 50 molan… ¡y los 60 también! Si estoy poniendo un granito de arena para que así sea, me doy por satisfecha», proclama con voz dulce y pausada.

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A Pino María la ves en las fotos publicitarias o sobre la pasarela con porte de reina, segura, serena. Ninguna veinteañera sería capaz de mirarla por encima del hombro. Rezuma fuerza. Y eso enamora, porque no hay nada más `anti-sexy´ que los complejos.

Ella aún no ha cumplido los 58. ` ¡No es tan mayor!´, dirán ustedes con toda la razón. Y no lo es en términos generales, pero en el mundo de la moda y la publicidad en la que ella se mueve, donde antaño la tiranía de la juventud abocaba a muchas profesionales a la `jubilación´ a edades muy tempranas, Pino María es una `superveterana´. Aunque cada vez hay más como ella, porque las firmas ya han comprendido -¡por fin!- que las mujeres de más de 40 tienen vida, aspiraciones y, claro está, mayor poder adquisitivo, que es lo que interesa.

«Hay personas mayores que emiten belleza, dignidad, verdad…», defiende Pino María, quien asegura que no se cuida «mucho» ni recurre a retoques estéticos «porque me cuesta menos dinero y tiempo aceptar lo que me va saliendo». ¿Las mujeres bellas no llevan peor lo de envejecer? Al menos, ese es el mito. «A ver, ¡entras en pánico al menos una vez al día! -comenta entre risas-. Te miras al espejo y dices, `perdonaaa, esto no estaba ahí´. Pero eso te pasa con 50 años y con 30. Hay que terminar con esa presión». Para ella, el secreto para seducir es «quererte y disfrutar, porque eso se nota en tu rostro. Con cara de amargada, la gente se aparta de ti como si tuvieses algo contagioso».

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Para ella, el secreto para seducir es «quererte y disfrutar, porque eso se nota en tu rostro. Con cara de amargada, la gente se aparta de ti como si tuvieses algo contagioso».

Benedicta Sánchez. 84 años, actriz, ganadora de un Goya.
«Cada arruga es un diploma para mí. La experiencia me dice que hay que aceptar y no luchar contigo misma».

«A mí no me importa que me llamen vieja… si se hace con cariño», dice Benedicta Sánchez (San Fiz, Lugo, 1935). La actriz de 84 años que ha ganado un flamante Goya por `O que arde´, donde interpreta a la madre de un pirómano, realiza esta afirmación con un acento gallego cantarín, lánguido y meloso, que de repente cambia cuando se pone a tararear una canción argentina: «`Viejo, mi querido viejo, ahora caminas lento´. Así resulta preciosa la palabra `viejo´, ¿o no?».

Alarga la pregunta y estas palabras quedan en el aire (durante demasiado tiempo han flotado por encima de todas las mujeres de cierta edad como un negro nubarrón). Pero a Benedicta nunca le ha afectado cumplir años. «Cada arruga es un diploma para mí. A ver, tengo 84 años, no puedo fingir que son 50 -dice entre risas-. Además, yo me considero espíritu, no carne». Ella, que nunca soñó con ser actriz -en su variopinta y florida vida ha sido fotógrafa, librera y ha vivido en Brasil y en un kibutz israelí-, se alegra de que su recién estrenado éxito sirva para que a las mujeres mayores «se nos vea» «¡Realmente existimos!», clama. Por eso, recuerda a los directores que con más de 80 años también se puede enamorar a la cámara. Y al público, como hizo ella en la gala de entrega de los Goya, al aparecer sin dientes y con su melena blanca y leonina al viento.

Rompiendo moldes. Estaba rodeada de bellezones que habían cuidado hasta el más mínimo detalle de su aspecto y que podían ser sus nietas, pero ella resplandecía, sin importarle nada. «¿Y por qué me iba a importar? Así soy, aunque me veo en las grabaciones y solo me falta la escoba entre las piernas para parecer una bruja jajaja. Y sí, iba sin prótesis en la boca, pero es que estoy pendiente de ponérmelas». ¿A cierta edad ya da todo igual? «Noo. Pero la experiencia me dice que hay que aceptar. De joven luchas constantemente contigo misma».

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Las mujeres mayores son cada vez menos `invisibles´, sí. Están recuperando el lugar que siempre debieron tener en la vida pública. También. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo, el proceso está en curso, pero queda mucho por hacer.

Toti Martínez de Lezea. 71 años, escritora.
«Las mujeres mayores sólo anuncian gel para dentaduras o cremas que no necesitan».

Las mujeres mayores son cada vez menos `invisibles´, sí. Están recuperando el lugar que siempre debieron tener en la vida pública. También. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo, el proceso está en curso, pero queda mucho por hacer. «Cierto que ahora aparecen mujeres en altos cargos de política, algo impensable hasta hace poco, aunque raramente pasan de los 70. En el cine, por ejemplo, pueden contarse con los dedos de una mano las actrices mayores en papeles protagonistas. En los anuncios, las mayores solo aparecen publicitando gel para dentaduras, compresas o sopas. En ocasiones también anuncian cremas para las arrugas pero, generalmente, son mujeres que no las necesitan. Y en temas de moda, ¡ni te cuento!». Así resume la escritura vitoriana Toti Martínez de Lezea los `avances´ en este sentido.

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¿Es posible seguir sintiéndose sexy? «Ja, ja, ja, supongo, aunque, personalmente pienso que, llegada a una edad, más que por resultar sexy, una mujer se cuida por su propio gusto, para sentirse bien.

Aunque, a nivel personal, ella afirma que nunca se ha sentido invisibilizada por ser una mujer madura, «quizá porque tampoco me ha importado». Muy `fan´ de Meryl Streep o Helen Mirren, «que están magníficas a sus 70 años y también de la reina Isabel II de Inglaterra, que no se quita la corona a pesar de tener ya 93», Toti lleva los efectos colaterales de la edad con naturalidad. Sus canas, por ejemplo, son una de sus señas de identidad y no constituyen una reivindicación: «Las tengo desde que era muy joven. Me las teñí durante algún tiempo, pero a los 50 dejé de hacerlo, entre otras cosas, porque era una lata. Mi madre nunca se tiñó y estaba estupenda. Ignoro los motivos de otras mujeres para dejarse el cabello natural, pero cada vez hay más». Otro efecto colateral de cumplir años… ¿es posible seguir sintiéndose sexy? «Ja, ja, ja, supongo, aunque, personalmente pienso que, llegada a una edad, más que por resultar sexy, una mujer se cuida por su propio gusto, para sentirse bien. ¡Las aventuras eróticas pasan pronto a segundo plano!».

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Muy `fan´de Meryl Streep o Helen Mirren, «que están magníficas a sus 70 años y también de la reina de Isabel II de Inglaterra, que no se quita la corona a pesar de tener ya 93».

Fuente: Solange Vázquez,  Canarias 7  a 19 de febrero de 2020

Gracia Querejeta: «He sentido mucho más el peso de la edad que el de ser mujer»

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Gracia Querejeta, Madrid 1962. Soy directora y guionista. Estreno `Invisibles´, un filme sobre tres amigas (Emma Suárez, Nathalie Poza y Adriana Ozores) que quedan los jueves en el parque para andar.

La define como una película muy especial.
Porque se ha rodado en 18 días, casi sin salir del parque y porque está escrita, dirigida y protagonizada por mujeres, pero producida por hombres…

Un guion muy dramático con tintes muy cómicos.
He querido acercarme con cierto sentido del humor a temas que me parecen muy serios, y que las tres mujeres se rieran de ellas mismas, de sus neuras y de sus angustias.

Si las tres se vuelven invisibles para la sociedad a los 50, ¿qué nos pasa a los 60?
No lo sé, no he llegado aún, pero quizá nos volvemos visibles otra vez para cuidar a los padres y luego a los nietos. Mercedes Sampietro me dijo una vez: «No te enteras, llega un momento en que serás invisible». No la creí entonces, pero tenía razón.

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Mercedes Sampietro me dijo una vez: «No te enteras, llega un momento en que serás invisible». No la creí entonces, pero tenía razón.

¿La invisibilidad es consecuencia del cambio en el aspecto físico?
En buena medida, sí. Ha habido algunas marcas de ropa de deporte, no todas, a las que se les ha pedido patrocinio y han contestado por escrito que no querían asociar su firma a mujeres de esa edad. ¡Qué bonito, eh!

El personaje de Emma Suárez se enfrenta al paro.
Sí, lo más duro ocurre en lo laboral. A los 50 años te van a sustituir quizá por una mujer de 25. Que con 50 años no puedas ser cajera de un supermercado me parece lamentable. Yo he sentido mucho más el peso de la edad que el de ser mujer.

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Y es que la gente te trata de otra manera si no tienes un hombre detrás, como si te pudieran tomar el pelo.

Adriana Ozores es una profesora desmotivada.
Muchos profesores están hartos, desesperados, cuando no con un ojo morado. Se ha perdido el respeto hacia una tarea tan esencial como la de enseñar a los jóvenes, que son los que tienen que levantar luego este país.

Nathalie Poza sufre la tiranía y el chantaje de la hija de su nueva pareja.
Este hecho se agrava porque ella tiene terror a la soledad de estar sin un hombre al lado. Y es que la gente te trata de otra manera si no tienes un hombre detrás, como si te pudieran tomar el pelo. Y esto lo he vivido yo.

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Sí, lo más duro ocurre en lo laboral. A los 50 años te van a sustituir quizá por una mujer de 25. Que con 50 años no puedas ser cajera de un supermercado me parece lamentable.

Pero las mujeres, al final, ¿estamos o no empoderadas?
Desde luego, no a partir de los 50. En Invisibles he contado lo que quería y habrá mujeres que se identificarán y otras que se indignarán. Pero cuanto les sucede a las protagonistas me ha pasado, aunque no siempre en la misma medida. Es un filme muy personal.

Fuente: Virginia Drake en Desayuno de domingo con… de XLSemanal del 8 de Marzo del 2020.

Nieves Sánchez Montero: «A los 61 años pude por fin ser abogada»

Nieves Sánchez Montero

Nieves no sólo es la abogada ejerciente con más edad del colectivo de Abogados, también es la primera mujer en participar en un rally de montaña.

«Mis vivencias en la UNED» por Nieves Sánchez Montero

Nací en la calle Triana en Las Palmas de Gran Canaria en el año 1928. Fui la menor y la única niña de la familia, por lo que, como era natural en aquellos tiempos, fui educada con mimo y esmero para ser de mayor una buena ama de casa.

Tenía una curiosidad insaciable por conocer todo aquello que me atraía pero me veía con el hándicap de que mis padres me sobreprotegían, comparada a la vida más libre que llevaban mis hermanos mayores con bastante diferencia de edad conmigo. Mis progenitores casi nunca salían de casa; mi madre dedicada por completo al hogar y mi padre al comercio, así que yo no salía mucho.

A medida que pasaba el tiempo y me iba haciendo mayor, más crecían mis deseos por estudiar y conocer mundo y un día les dije a mis padres que quería estudiar Derecho. Al estar la Facultad en Tenerife, significaba estar sola en La Laguna y como no querían que me separase de ellos pues no se realizó mi deseo.

Entonces y como me gustaban los idiomas y la música, aprendí inglés y terminé la carrera de piano en el año 1953. Contraje matrimonio en el mismo año con Paco Vila, con quién conviví 57 años de mi vida y tuve dos hijos.

Fue la persona que me comprendió, me dio alas y me facilitó el que yo pudiera lograr todo lo que yo había soñado hacer desde mi niñez, lo que en aquella época era bastante inusual en un marido.

Me enseñó a conducir y recuerdo que para que me dieran el permiso de circulación del coche él tuvo que firmar porque en el año 1956 era necesaria la autorización del marido… También aprendí a nadar; a hacer submarinismo, descubriendo las bellezas del fondo marino y aficionándome a todo lo relacionado con el mar: disfruté con el ski acuático; me interesó aprender a navegar y saqué el título de Patrón de Yate; sentí pasión por la velocidad y participé en los años 60 en tres competiciones automovilísticas y en un Railly, como mujer pionera en carreras de velocidad; disfruté de las carreras de motonáutica; busqué los maravillosos rincones que tiene la isla y los mostré en un concurso fotográfico. Poco a poco iba realizando las cosas que me gustaban y me sentía contenta.

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Paco Vila, mi marido, fue la persona que me comprendió, me dio alas y me facilitó el que yo pudiera lograr todo lo que yo había soñado hacer desde mi niñez.

Un día me fascinó la idea de volar. Entonces hice el curso de Piloto en el Real Aeroclub de Gran Canaria y cuando sumé ocho horas de aprendizaje el profesor me dio la «suelta» y me convertí en la primera mujer canaria que ha volado sola.

De ese día tengo la anécdota de haber avisado a la Base Aérea para que salieran a salvar a unos hombres que se encontraban en el agua a punto de ahogarse junto a su pesquero que se hundía rápidamente en la Baja de Gando. Los divisé justo cuando iniciaba la maniobra de aterrizaje y felizmente todos salvaron su vida.

Pasaba el tiempo y aunque yo seguía dedicada al hogar, a mis hijos y también a toda esa actividad deportiva con la que tanto disfrutaba, sentía algo pendiente en mi vida por realizar. Me faltaba algo y ese algo era estudiar Derecho.

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Se matriculó en Derecho en la UNED en 1980.

Un día vino a verme una buena amiga y me encontró inquieta y de regular humor. Le conté que yo había creado una familia, que había conseguido aprender muchas cosas pero me faltaba lo que desde jovencilla fue mi vocación y no pude conseguir: ser abogada.

Entonces me dijo que en la UNED, podría estudiar en la Universidad aunque no tuviera el Bachiller, con el Curso de Acceso para mayores de 25 años. Me dio un vuelco el corazón y me matriculé, aprobé y empecé a estudiar Derecho; transcurría en año 1979 y tenía 51 años.

A cuenta de ello recuerdo la graciosa anécdota que me ocurrió días después de enviar mi solicitud de ingreso.

Resulta que me llamaron de la UNED de Madrid. Pensaban que el año 1928 que figuraba como fecha de mi nacimiento era un error… Tuve que insistirle mucho a aquel joven para que me creyera que ese año era el correcto…

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Había conseguido lo que desde niña siempre me atrajo y viví una época muy feliz durante aquellos años.

Me sentí una persona muy afortunada estudiando en la UNED y fue una experiencia maravillosa convivir con alumnos mucho más jóvenes que yo y que hacían sentirme en el aula como una compañera más del grupo.

Había conseguido lo que desde niña siempre me atrajo y viví una época muy feliz durante aquellos años.

Por fin el 16 de mayo de 1989 juré como abogada en el Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas. Hoy, con 82 años llevo 22 años ejerciendo felizmente y con la misma ilusión del primer día, sintiéndome además muy orgullosa de ser en la actualidad la abogada ejerciente con más edad de este Colegio.

No pude estudiar Derecho cuando fui joven pero hoy quiero decirle emocionada a mi querida UNED, que gracias a ella logré hacer realidad mi vocación, agradeciendo también el apoyo y ánimo que siempre tuve de mi marido y de mis hijos y deseándole a la Universidad a Distancia muchos éxitos y que siga presente en nuestra sociedad por muchos años y para bien y esperanza de las futuras generaciones.

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Se matriculó en Derecho en la UNED en 1980, cuando tenía 51 años porque antes no pudo estudiar y recuerda los años de estudiante como los más felices.

 

Fuente: Sonia Cubillo y Alicia Bardón, comunicación@adm.uned.es

Carmen

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Era apasionada, entusiasta, cariñosa, muy culta, muy capaz, muy feminista.

Era tan guapa que enseguida empezaron a decir que era tonta. Era tan amable que decían que no se enteraba de nada. Era apasionada, entusiasta, cariñosa, muy culta, muy capaz, muy feminista. Fue la ministra de nuestros sueños, la pesadilla de quienes se cansaron de atacarla cuando comprendieron que no iban a poder con ella. Por muchos ministros, muchas ministras de Cultura que llegue a conocer en mi vida, Carmen Alborch siempre será la mía, la figura que encarnó los anhelos de quienes aspirábamos a una gestión cultural progresista, diversa, radicalmente nueva. Y sin embargo, a pesar de la importancia de su labor, Carmen fue mucho más que lo que hizo en el ministerio. Precursora de un modelo de mujer destinado a triunfar, su ejemplo se fue agrandando con el paso tiempo, mientras demostraba que se podía trabajar con la misma convicción en el poder y en la oposición. Pienso en los años difíciles de sus derrotas electorales, cuando Barberá parecía destinada a convertirse en la eterna alcaldesa de Valencia, y la recuerdo con la sonrisa y las fuerzas intactas, tan tenaz, tan luchadora como siempre. Entonces me pareció aún más admirable. La última foto que compartió con sus amigas es un montaje en el que aparece, esplendorosa como una estrella de cine de los años dorados de Hollywood, envuelta en una capa roja y abrazando a un Paul Newman muy joven, en albornoz. Mientras luchaba a brazo partido con la muerte, se aferraba a la vida con la conmovedora determinación de las mujeres valientes, y ni siquiera la enfermedad logró detenerla. Su última iniciativa fue pedir, hace menos de veinte días, que el feminismo fuera declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Sin ella, todas estamos un poco más solas.

Fuente: Almudena Grandes, Carmen, El País, 29 de octubre de 2018

Carmen Alborch, Agua muy clara.

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Carmen Alborch era una verbena, pero una verbena muy seria. Llegaba, estallaba, iluminaba, escuchaba, decidía, animaba. Y era profunda. Luminosa y profunda.

Quiero despedir a Carmen Alborch citando, adaptado al personaje, al gran poeta valenciano Andrés Vicent Estellés: «No hi havia a València una llum com la teua, car de llums com la teua, a tot arreu i ara, en son parides ben poques» («No había en Valencia una luz como la tuya, porque luces como la tuya, en todas partes y ahora, son paridas muy pocas»).
Carmen Alborch era una verbena, pero una verbena muy seria. Llegaba, estallaba, iluminaba, escuchaba, decidía, animaba. Y era profunda. Luminosa y profunda.

De sus tiempos como ministra de Cultura recuerdo, sobre todo, el profundo contraste establecido con su sucesora en el cargo, Esperanza Aguirre, ética y estéticamente, pero sobre todo éticamente. Era, para qué os lo voy a decir, todo lo contrario. Culta, socialista sin caspa, llena de savia y fecundidad, frutal. Pienso en ella y solo se me ocurren imágenes relacionadas con la madre tierra y con el mar. La tierra que ahora la acoge y que será mejor porque ella la abona. Carmen Alborch fue exactamente lo que necesitaba este país: lo contrario de Bernarda Alba (que sería Aznar, si también me lo permiten).

Era agua muy clara.

Fuente: Maruja Torres, Agua muy clara, El País, jueves 25 de octubre de 2018

Orna Donath: «El instinto maternal no existe»

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La tesis de fondo que desarrolla Donath es que a las mujeres se les marca el camino; que, a pesar de que se supone que decidimos ser madres libremente, la presión social para tener hijos es enorme, y que el resultado es que algunas acaban arrepintiéndose.

Con ella llegó el escándalo. Esta socióloga israelí se aventuró un buen día a preguntar a varias madres si habían lamentado tener hijos. Las reveladoras respuestas forman parte de «Madres arrepentidas», un polémico libro que ha levantado un nuevo debate en torno a la maternidad y los derechos de las mujeres.

La socióloga israelí Orna Donath sabía que tocaba nervio cuando se aventuró a preguntar a un grupo de madres si se arrepentían de haber tenido hijos. Pero nunca imaginó que iba a provocar un revuelo global que se resiste a remitir. Su libro Madres arrepentidas (Random House Mondadori) se acaba de publicar en España y en él recoge el testimonio de 23 mujeres que sí, adoran a sus hijos, pero que, si tuvieran que decidirlo ahora, sabiendo lo que significa e implica, optarían por no tenerlos. La tesis de fondo que desarrolla Donath es que a las mujeres se les marca el camino; que, a pesar de que se supone que decidimos ser madres libremente, la presión por tener hijos es enorme, y que el resultado es que algunas acaban arrepintiéndose.

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Hay una percepción de que este debate es peligroso para el Estado y para el orden social, que establece que la esencia de las mujeres en la vida es ser madre.

Donath es una mujer joven (1976), menuda y amable, que investiga sobre la maternidad y el papel de las mujeres en la sociedad en la Universidad Ben-Gurion del Néguev, en Beerseba, desde hace años. Vive a las afueras de Tel Aviv y es una feminista que ha trabajado con mujeres víctimas de abusos. Por su manera de estar en la vida, recuerda a los miles de israelíes y cosmopolitas que poco tienen que ver con las minorías ultrarreligiosas y nacionalistas que perfilan el futuro de un país en eterno conflicto con los palestinos. Su lucha es otra. En 2008, cansada de que durante el curso de sus trabajos no pararan de advertirle que un día se arrepentiría de no querer tener hijos. Donath se lanzó a la investigación que la ha convertido en el rostro global de las madres arrepentidas. Su atrevimiento con un tema altamente espinoso le ha proporcionado fama y reconocimiento internacional, pero también acusaciones e insultos despiadados. Donath parece haber despertado alguna bestia.

A usted le han llamado de todo. Me han llamado niña mimada, narcisista y egoísta por no querer tener hijos. Hay gente que ha escrito comentarios en la Red que decían que sin hijos sería una mujer vacía, que sería una vieja solitaria rodeada de gatos.

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Si sufres y no sabes identificar qué te ocurre, puedes acabar culpando a los hijos en lugar de a la circunstancia de ser madre. La gente suele decir: entierra tus sentimientos y sigue adelante, pero yo creo que reconocer las emociones puede ser un alivio.

Su libro se centra en el arrepentimiento maternal. ¿Sirve para algo lamentarse? Sí. Desde un punto de vista personal es importante. Reconocer lo que te pasa alivia. Si sufres y no sabes identificar qué te ocurre, puedes acabar culpando a los hijos en lugar de a la circunstancia de ser madre. La gente suele decir: entierra tus sentimientos y sigue adelante, pero yo creo que reconocer las emociones puede ser un alivio. Desde un punto de vista social, que las mujeres reconozcan que se arrepienten puede ser una señal de alarma para que se deje de empujarlas a ser madres, para dejar de vender la idea de que la maternidad le va a valer la pena a todas y cada una de ellas. Puede que las mujeres seamos biológicamente iguales, pero somos distintas. Unas quieren ser madres y otras no.

Usted ha entrevistado a 23 mujeres para su libro, una mínima muestra de la que no conviene extrapolar. ¿Cómo de extendido calcula que está el arrepentimiento maternal? Nunca lo sabremos. Desde luego, no afecta a la mayoría de las mujeres, pero es más común de lo que pensamos. En Alemania han hecho una encuesta recientemente en la que el 8% de las participantes decían que se arrepentían. Pero aunque fueran solo las 23 mujeres a las que entrevisté, habría merecido la pena el debate social.

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(…) para que se deje de empujarlas a ser madres, para dejar de vender la idea de que la maternidad le va a valer la pena a todas y cada una de ellas. Puede que las mujeres seamos biológicamente iguales, pero somos distintas. Unas quieren ser madres y otras no.

¿Por qué cree que su trabajo ha generado tanto ruido? Porque hay una percepción de que este debate es peligroso para el Estado y para el orden social, que establece que la esencia de las mujeres en la vida es ser madre. Y yo planteo que es posible no ser madre y también serlo y después arrepentirse. El problema es que no hay un guion alternativo. La gente no puede imaginar otras opciones porque la imaginación está tomada por un discurso único que dice que para ser feliz hay que tener hijos. Yo no digo que la vida sin hijos vaya a ser perfecta. Puede ser una vida difícil, pero suficientemente buena.

El revuelo en Alemania ha sido descomunal. Sí, fue una gran sorpresa. Mi plan era publicar el libro primero en Israel, pero a raíz de una entrevista en Alemania hace año y medio estalló un debate muy fuerte. Es curioso porque tenemos la imagen de Alemania como un país en el que las mujeres no tienen por qué ser madres si no quieren, pero la realidad social es mucho más compleja. Allí se me acercaron jóvenes y me explicaron que se sentían presionadas para ser madres. Puede que en Alemania sea frecuente no tener hijos, pero hay una jerarquía social entre ser madre y no serlo. La presión no es tan evidente como en Israel, pero, si rascas, existe.

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La gente no puede imaginar otras opciones porque la imaginación está tomada por un discurso único que dice que para ser feliz hay que tener hijos. Yo no digo que la vida sin hijos vaya a ser perfecta. Puede ser una vida difícil, pero suficientemente buena.

Es muy difícil decidir sobre si ser madre o no cuando no puedes saber de antemano cómo te vas a sentir una vez que nazca tu hijo. Es cierto. Es una apuesta que se puede ganar o perder. El problema es que la sociedad promete a todas las mujeres que ganarán siendo madres, las empuja asegurándoles la victoria.

Puede que una determinada etapa de la maternidad resulte cuesta arriba, pero que los sentimientos cambien a medida que los niños crecen. En mi estudio participaron abuelas que aún se arrepienten. Puede que la relación cambie, pero en el fondo saben que no quieren tenerla. Ser madre es una manera de estar en el mundo; aunque los hijos se independicen, siempre los tienes en la cabeza.

¿Existe el instinto maternal? No necesariamente. Sí, tratamos de proteger la vida del bebé, le alimentamos, es una criatura indefensa, pero eso no tiene por qué sr equivalente al instinto maternal. Y en todo caso, si existiera, no es dominio exclusivo de las mujeres. Las parejas gais que adoptan hijos son una prueba evidente.

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Parece que el parto, la lactancia y la crianza han de ser experiencias maravillosas. La maternidad es una relación humana como otras, no el reino mítico que venden.

¿Por qué cree que se embellece la maternidad? Parece que el parto, la lactancia y la crianza han de ser experiencias maravillosas. La maternidad es una relación humana como otras, no el reino mítico que venden. Cuando la experiencia maternal no es lo maravillosa que se supone que debería ser, muchas mujeres se sienten monstruos. Rebajar las expectativas haría que se considerasen menos culpables. Es como el amor, no siempre es de color de rosa.

A menudo es difícil disfrutar cuando el reparto de tareas en casa es desigual y los horarios laborales interminables. ¿Hasta qué punto pueden las condiciones contribuir al arrepentimiento? Las condiciones son importantes, pero no lo explican todo. Hay muchas madres que tienen de todo: tiempo, dinero…, y aun así se arrepienten de serlo. Yo misma, aunque tuviera las condiciones ideales, aunque fuera millonaria, no querría tener hijos y punto.

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Se les pide que sea la madre perfecta o que sean como un hombre, una gran profesional, pero hay muchas identidades de mujeres, que no quieren ser madres ni tener éxito laboral (…) No quiero que lo que importe sea lo que hago, sino lo que soy.

Sí, pero cuando las condiciones son hostiles, muchas tiran la toalla, renuncian a sus carreras profesionales para dedicarse a la maternidad. Con el tiempo, esa decisión les genera una enorme frustración. Pero es que para mí no es una cuestión de madres versus carrera profesional. No todas las mujeres anhelan tener una carrera profesional. Se les pide que sean la madre perfecta o que sean como un hombre, una gran profesional, pero hay muchas identidades de mujeres, que no quieren ser madres ni tener éxito laboral. Deseo vivir en una sociedad en la que pueda no ser madre y marcharme a mi casa después del trabajo a tirar aviones de papel. No tengo por qué ser doctora ni escritora. No quiero que lo que importe sea lo que hago, sino lo que soy.

¿Están las mujeres mejor preparadas para cuidar? No. No tiene nada que ver con la naturaleza, es una cuestión política. Hay mujeres incapaces de cuidar a alguien y al revés, pero nos han vendido que es una cuestión de sexo. Los hombres pueden cuidar muy bien, pero para la sociedad este sistema es muy útil. Nosotras lo hacemos todo sin cobrar, mientras que ellos ganan dinero, viajan y entran y salen del cuidado de los hijos a su antojo.

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Los hombres pueden cuidar muy bien, pero para la sociedad este sistema es muy útil. Nosotras lo hacemos todo sin cobrar, mientras que ellos ganan dinero, viajan y entran y salen del cuidado de los hijos a su antojo.

No se trata, insiste Donath, a la defensiva, de posiciones hostiles o viscerales, que algunos pretenden endosarle: «Mire, a menudo me malinterpretan. Hacen ver que mis estudios son propaganda en contra de la maternidad o de los niños, y eso es falso. Hay mujeres que quieren ser madres y que lo disfrutan, pero me gustaría que tuvieran más libertad para decidir».

Fuente: Ana Carbajosa, Orna Donath: «El instinto maternal no existe», en El País Semanal del  26 de octubre de 2016

Jhumpa Lahiri, «Me moría por integrarme porque odiaba sentirme diferente»

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Y la transformación constante, asegura, se ha convertido en su verdadero refugio: «No hay otra manera de entender la vida».

Tras cosechar un éxito fulgurante -ganó el Pulitzer con su primera colección de relatos-, esta escritora estadounidense de origen bengalí se sentía como una cantante a la que todos los conciertos le piden la misma canción. Decidió cambiar de música. Abandonó Nueva York, se mudó a Roma con su familia. Hoy solo escribe en italiano. Y la transformación constante, asegura, se ha convertido en su verdadero refugio: «No hay otra manera de entender la vida».

Hace un lustro la exitosa escritora Jhumpa Lahiri (Londres, 1967) decidió convertir un año sabático en Roma en una transformación vital. Se quedó tres años con su marido y sus dos hijos y pasó a escribir en italiano. Hoy no quiere volver a hablar de los bengalíes que protagonizan El intérprete del dolor, En tierra desacostumbrada o La hondonada, publicados en España por Salamandra. La suya es la historia de una renuncia al éxito, al dinero y a la lengua para mantener las riendas de su vida.

La grandiosidad de la vista desde su ático en lo alto del Gianicolo contrasta con la sencillez con la que está amueblado el piso, como si lo importante quedara a los pies de su casa. Habla un italiano perfecto. «Ciao, amore», saluda a su marido, el periodista neoyorquino de origen guatemalteco Alberto Vourvoulias. Y ofrece cerezas y agua con gas. Dulce, menuda, firme y con una fortaleza de junco, relata la historia del éxito que amenazó con devorarla. Y explica cómo le plantó cara.

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Dulce, menuda, firme y con una fortaleza de junco, relata la historia del éxito que amenazó con devorarla. Y explica cómo le plantó cara.

La entrevista transcurre en la terraza, como si no pudiera separarse de las vistas al Aventino romano. Cuenta que Jhumpa, su seudónimo, no remite a nada, «no es como el nombre de mi padre, Amar, que significa inmortal». Se lo puso su madre, igual que los de nacimiento, Nilanjana Sudeshna. «Los eligió confundida en el hospital de Londres. Tuvo que decidir en un momento lo que en India uno reflexiona durante un tiempo, hasta que el carácter del bebé termina por decidirlo».

Empezó sin prisas pero imparable. Con 34 años logró el Pulitzer con su primer libro de cuentos, El intérprete del dolor. Luego siguieron ventas astronómicas y una película a partir de su primera novela… ¿Necesito huir de tanto éxito? Tengo una relación difícil con esa identidad, la del éxito.

No es la primera vez que está incómoda en su piel. Mi primera incomodidad nació de mi relación con Estados Unidos. Pero el problema siempre ha sido el mismo: que mi identidad esté en manos de otras personas. He necesitado levantar barreras para construirme a mí misma.

Pero el problema siempre ha sido el mismo: que mi identidad esté en manos de otras personas. He necesitado levantar barreras para construirme a mí misma.

Hace una década decidió estudiar italiano obsesivamente. Hoy ha abandonado el inglés y ha publicado dos pequeños ensayos en italiano. ¿Otra lengua consolidará su identidad? El italiano ha sido una pasión, una fuga y también una cura. Es lo que me ha permitido poco a poco llegar a ser otra.

¿Por qué necesitaba ser otra? ¿Por qué arriesgarse a expresarse en un idioma que no controla cuando se gana la vida escribiendo? Uno debe correr riesgos. Incluso en inglés crear era para mí un juego peligroso. Era ir contra las experiencias de mi familia.

Creí que su padre era bibliotecario. Pero eso tiene poco que ver con ser artista. Asumieron, y yo casi también, que tras el doctorado me convertiría en catedrática. Querían para mí la seguridad de la vida americana que ellos habían logrado. Irónicamente, ahora doy clase en Princeton, pero he llegado por otro camino: porque soy escritora, no por mis estudios. Y eso es lo que quiero ser.

Una autora en perpetua transformación. Aunque Beckett, Nabokov o Agota Kristof cambiaran de idioma, sorprende que escriba ahora en italiano. Para mí es una esquina más. Ya me pasó cuando decidí que quería escribir. Tenía mucho miedo, pero por costoso que sea, y lo es, se decide una vez si uno quiere ser libre o no. El resto son matices.

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Uno debe correr riesgos (…) Tenía mucho miedo, pero por costoso que sea, y lo es, se decide una vez si uno quiere ser libre o no. El resto son matices.

¿De dónde sacó el valor para intentar ser quien quería ser? Me volví loca de amor por la persona con la que supe que tenía que estar. Eso da fuerza. Mi vida parecía hecha, iba directa hacia una carrera académica. Pero tenía un secreto, escribía. Sentirme amada abrió ese secreto cerrado con llave.

Su marido le apoyó. Mi suegra era escultora. Alberto venía de un mundo en el que uno podía plantearse la vida ampliamente. En el momento oportuno, al borde de los 30, por fin encontré un buen hombre.

¿Conoció a muchos malos? Los suficientes para valorar al bueno.

Su primera decisión libre fue convertirse en escritora, la segunda hacer del italiano su lengua, ¿cada cuánto va a necesitar cambiar para sentirse dueña de su vida? ¿Quién sabe? Pero creo que este último cambio bastará. Variar de lengua con 45 años es bastante serio.

Particularmente si involucra a su familia. ¿Es posible reinventarse como persona sin sacrificarlo todo? Cualquier cambio requiere no solo sacrificio, también traición. [Cita en italiano: Ogni cambiamento richiere un tradimento]. Creo que es cierto incluso biológicamente. Para que mi hija sea quien es ha tenido que perderse la que fue hace tres años. Uno gana y pierde. Coge y suelta. Así nos alimentamos: tomamos y dejamos, de lo contrario no funcionaría. Creo que la identidad es eso.

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Cualquier cambio requiere no solo sacrificio, también traición. Creo que es cierto incluso biológicamente. Para que mi hija sea quien es ha tenido que perderse la que fue hace tres años. Uno gana y pierde. Coge y suelta. Así nos alimentamos: tomamos y dejamos, de lo contrario no funcionaría. Creo que la identidad es eso.

¿Cree que sus editores hubieran publicado In altre parole, su memoria en italiano, si no hubiera sido una escritora famosa? No lo sé. Nunca lo había pensado.

Paradójicamente, ha sido el éxito del que quería escapar lo que la ha permitido escapar. No era el olvido ni ignorancia, era distancia lo que necesitaba. Aprender italiano era completamente necesario para mi viaje personal. Si el objetivo es ser feliz y sentir armonía con el mundo, eso solo lo logré después de esta segunda decisión.

¿Cómo afectó esa decisión a su familia? Mi marido escribe y traduce, un trabajo privilegiado, pero pésimamente pagado. Ahora vivo de dar clases porque ya no cobro casi de lo que escribo. De los textos en italiano obtengo poco dinero.

¿No va a volver a escribir en inglés? De momento, no. Ha sido un sacrificio económico importante. Aunque encuentro liberador ganarme la vida con un trabajo que requiere energía pero le permite a uno irse a casa. Prefiero eso a la presión exagerada de tener que hacer un libro que se venda bien. No quiero escribir para complacer a nadie. Para eso preferiría convertirme en jardinera.

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Si uno está dispuesto a arriesgar no hay vuelta atrás. Lo menos que podemos hacer en la vida es tratar de ser felices. No es ser egoísta, sino entender lo necesario. Lo que quiero transmitir a mis hijos es que se beban la vida hasta el final del vaso.

Cuando decidió mudarse a Italia, ¿se enfrentó más a sus padres o a sus editores? Pensábamos que tendríamos una pequeña aventura, nadie anticipó que transformaría nuestra vida. Pero un año no fue suficiente. Mi hija Noor era muy niña. Pero mi hijo Octavio se enfadó. No entendía lo que estábamos haciendo. Traté de explicárselo y siguió enfadado, pero escuchó. Si uno está dispuesto a arriesgar no hay vuelta atrás. Lo menos que podemos hacer en la vida es tratar de ser felices. No es ser egoísta, sino entender lo necesario. Lo que quiero transmitir a mis hijos es que se beban la vida hasta el final del vaso.

¿Qué crea las raíces? ¿Los lugares, la educación, la familia? El amor hacia otras personas, hacia la literatura -en mi caso- o hacia el barrio. Yo amo este lugar. Me gusta todo sobre mi vida cotidiana. Cuando me fui de Nueva York no eché  de menos la ciudad. Alberto y mis hijos, sí, pero yo no. Estudié, trabajé y tuve hijos allí. Tengo recuerdos muy bonitos, pero no tenía raíces. En Roma me siento segura. Y valiente. Eso es lo que debe ser una casa: un lugar donde uno se siente protegido y alentado.

Sus relatos cuentan lo que se gana y se pierde con las elecciones vitales. Creo que siempre escribo sobre huidas. La desubicación y la metamorfosis están en mi trabajo desde el principio.

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Eso es lo que debe ser una casa: un lugar donde uno se siente protegido y alentado.

En italiano parece otra escritora. No me gusta sentirme responsable como creadora. Creo que es un error. Si fuera piloto de avión afrontaría mi trabajo con gran sentido de la responsabilidad. Pero cuando escribo solo quiero ser responsable ante mí misma. Y creo que hemos perdido esa noción del creador. Hoy los artistas dan explicaciones. Tienen que aclarar lo que significan las cosas… Ahora que trabajo en italiano muchos indoamericanos me han dicho: «¿Ya no vas a escribir de nosotros?». ¡Mi intención nunca fue escribir sobre ustedes!

No quiere ser la voz de los bengalíes emigrantes. No puedo serlo. Yo me enamoré de la literatura sin encontrar jamás un personaje que ni remotamente se pareciera a mí o a mis experiencias. Crecí leyendo a Shakespeare, Thomas Hardy o Tolstoi no porque me hablaran sus personajes, sino porque son obras de arte. Y las obras de arte tienen el poder de ir más allá de los mundos estrechos. ¿Si mis padres son inmigrantes solo debo leer historias de gente cuyos padres son inmigrantes? ¡Per carità! Si es literatura, debe ser capaz de hablar a todos.

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Y las obras de arte tienen el poder de ir más allá de los mundos estrechos (…) El arte y la literatura sirven para ampliar, no para limitar nuestros pequeños mundos.

Vivimos en un mundo de consumo a la carta. Todo el mundo online se basa en eso. Amazon envía continuamente mensajes: «Si compraste esas sillas te gustarán estas». De modo que nunca te gustarán sillas completamente diferentes porque ni sabrás que existen. La vida está empobreciéndose por las simplificadoras herramientas del marketing. El arte y la literatura sirven para ampliar, no para limitar nuestros pequeños mundos.

¿Cuándo era joven sentía deseo de pertenecer a una cultura? Sentía desesperación. pero me liberé de eso. Era doloroso, un sentimiento de inferioridad y fracaso.

¿Por qué se sentía inferior? Porque no soy estadounidense. América para mi madre era el enemigo. Y yo me moría por integrarme porque odiaba sentirme diferente. Detestaba todo sobre mí misma: mi nombre, mi aspecto… Y ese es un sentimiento devastador.

¿Salió de todo eso sin ayuda? No. Tuve mucha ayuda. Me he psicoanalizado durante años.

¿A su hermana le pasó lo mismo? No puedo hablar por ella, pero creo que no vivió tan atormentada. Es siete años más joven, nació en América y para entonces mis padres llevaban una década fuera de India. Cuando yo nací mi madre se pasó años negando nuestras vidas. No quería que nada de lo que nos rodeaba nos tocara. Y eso es imposible. No confiaba en el lugar donde había ido a vivir. Todo para ella era una amenaza. Tuve que lidiar con eso. Cuando mi hermana nació, el hielo ya estaba roto.

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Sentía desesperación. Pero me liberé de eso. Era doloroso, un sentimiento de inferioridad y fracaso (…) Y yo me moría por integrarme porque odiaba sentirme diferente. Detestaba todo sobre mí misma: mi nombre, mi aspecto… y ese es un sentimiento devastador.

Pasaban los veranos en Calcuta. Creo que es imposible ir y no reaccionar ante lo que ves. Me interesaba mucho habiendo crecido en un lugar tan estéril como Nueva Inglaterra. Me estimulaba. Es un lugar visceral, como Roma elevado a la enésima potencia, un sitio que te hace pensar. Pero lo que no me gustaba era sentirme diferente también allí. Allí éramos los americanos: que si éramos ricos, que si teníamos máquinas que nos limpiaban la casa. Creo que pensaban que vivíamos en la Casa Blanca. Yo sentía la presión por tener allí una experiencia que no era mía: la de volver a casa. Aquello no era mi casa. Con todo, había algunas cosas por las que podía dejar de preocuparme. Por ejemplo, mi nombre. Parece poco, pero es mucho. Allí mis padres eran gente en un contexto. En América eran criaturas aisladas.

Pero todavía viven en Estados Unidos. Mi padre decidió que se quedaban. Su cultura es así, son los hombres los que deciden.

Sin embargo, como sucede con algunos de sus personajes, era su madre quien le buscaba a usted un marido. Sí.

¿De Calcuta? Eso era lo ideal, pero podía ser también un inmigrante indio, alguien como yo.

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Mi insistencia en refugiarme en el cambio es una reacción a mi madre, que, básicamente, se negó a cambiar y rechazó la realidad porque la realidad es cambio. Todo se transforma. No hay otra manera de entender la vida. Mi madre estaba en contra de la vida. Y eso es una batalla perdida: garantiza tu propia infelicidad y la de quienes te rodean.

¿Qué dijo cuando apareció con su marido? No sabían qué hacer. Pero lo quieren mucho. Uno tiene que evolucionar. Mi insistencia en refugiarme en el cambio es una reacción a mi madre, que, básicamente, se negó a cambiar y rechazó la realidad porque la realidad es cambio. Todo se transforma. No hay otra manera de entender la vida. Mi madre estaba en contra de la vida. Y eso es una batalla perdida: garantiza tu propia infelicidad y la de quienes te rodean. Quiero a mi madre y me angustia que naciera en un tiempo y una cultura que esperaba de ella que se adaptara a los deseos de los demás. Ella tuvo una boda arreglada. Se casó con mi padre, que vivía en Londres. Como mi padre quería ir a América, ella fue; como quiso quedarse, ella se quedó. ¿Dónde queda una persona en una vida así? Creo que le aterrorizaba dejar de ser lo que era. Con sus fijaciones sobre cómo teníamos que vivir, vestir o comer nos enviaba el mensaje de que no podíamos dejar que el enemigo se colara en nuestra casa. He conseguido que mi vida no sea así y estoy agradecida.

¿Cómo es su madre hoy? Igual y distinta. Tiene 77 años y puede conducir un coche o irse a comer un trozo de pizza. Eso hubiera sido impensable en India. Sin embargo, tiene vivo el recuerdo de la chica que fue, de cómo durmió entre sus padres hasta que se casó.

¿De dónde se sienten sus hijos? Son americanos, pero espero que se sientan del mundo. Han aprendido a adaptarse. A lo mejor les hago daño. Pero asumo esa responsabilidad. Les pido que sean ellos mismos. Que estén cómodos en sus huesos. Que sean lo que quieran ser.

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Les pido que sean ellos mismos. Que estén cómodos en sus huesos. Que sean lo que quieran ser.

¿En el mundo ha encontrado más racismo, clasismo o sexismo? Todo eso. Toda mi vida he sido muy consciente de la intolerancia y los prejuicios.

¿Sus hijos no los han vivido? En parte sí y en parte no. Los humanos estamos más programados para defendernos que para mezclarnos. Podría decir que hoy hay menos sexismo: soy una mujer que da clase en Princeton. Lo mismo sucede con los estudiantes. Hace dos generaciones eran todos blancos. El mundo, mi mundo, parece haber cambiado. Pero en algunos aspectos nada se ha modificado y los cambios no van a mejor. La política lo refleja. Solo la ciencia me da esperanza en el mundo.

¿Cómo educar sin optimismo? Todo cambia. Si no aceptas ese principio básico, estás eligiendo una vida de infelicidad continua. Si no miramos hacia fuera para tratar de entender y escogemos obsesionarnos con nuestro pequeño mundo, al final lo que hacemos es construir miedos.

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Todo cambia. Si no aceptas ese principio básico, estás eligiendo una vida de infelicidad continua. Si no miramos hacia fuera para tratar de entender y escogemos obsesionarnos con nuestro pequeño mundo, al final lo que hacemos es construir miedos.

¿La visión del mundo que describe no precisa cierta posición económica? ¿Cualquiera puede permitirse esa apertura mental? Hay millones de personas con todo el dinero del mundo y cero innovadoras. Quiero creer que la apertura mental no depende del dinero. Depende de la lucidez más que de las oportunidades. La razón por la que pienso que uno puede abrir su mente sin dinero es porque creo en la literatura. Cualquiera que tiene acceso a una biblioteca puede hacerlo.

¿Qué libro abrió la suya? Leer. Ningún libro en concreto.

En sus obras hay miedo a la tecnología. Los teléfonos inteligentes nos hacen estúpidos. Han acaparado nuestra atención.

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En el mundo humano, incluso si alguien se cambia de sexo, no puede dejar atrás todo su pasado. Cargamos con lo que hemos sido.

Ha escrito sobre cómo en el mundo animal para convertirse en mariposa debe desaparecer el gusano. En el mundo humano, incluso si alguien se cambia de sexo, no puede dejar atrás todo su pasado. Cargamos con lo que hemos sido. Podemos alterar, pero no deshacer. ¿Cuál es entonces la realidad? Eso es lo que me fascina y aterroriza a la vez: lo que nos hacemos a nosotros mismos para dejar de ver lo que tenemos delante.

Fuente: Anatxu Zabalbeascoa, en El país semanal, 17 de septiembre de 2017

¿Qué es lo más seductor que puede existir? Alguien bello, claro, pero también feliz.

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Soy sexy porque no necesito que nadie me lo diga

Olvida las modelos y sumérgete en Hilda, la pin up con autoestima XXL

Un personaje de calendario que triunfó en los años 50, y que casi habíamos olvidado.

-Hilda, toda esta gente te esta escuchando. No seas tímida, cuéntales tu historia.

-Yo no veo a nadie, pero imaginaré que están ahí.

Me llamo Hilda, nací en la libreta de Duane Bryers, un dibujante cascarrabias afincado en el estado de Virginia.

Creo que dejé de ser un boceto allá por 1952.

Duane murió en 2012 y siempre quiso ser un gran artista. Desde muy joven pintaba cuadros sobre la vida en el campo, sobre rudos vaqueros y sus ranchos.

Pero la vida tenía planes más divertidos para él.

Duane se convirtió en un exitoso dibujante comercial, y en uno de los ilustradores más importantes de los calendarios de Brown&Bigelow.

Ya sabéis, esos que inicialmente estaban pensados para boy scouts y que a finales de los 40 se convirtieron en un éxito de ventas.

Enero, febrero, marzo… las pin ups más sexys del mundo copaban los días y las mentes de millones de estadounidenses.

Eran chicas de calendario bien coquetas, estilizadas, perfectas. En realidad, eran extrañas. Al menos eso pensaba Duane.

Siempre se les enganchaban los vestidos en alguna puerta y se les caían las bragas al suelo.
O estaban sorprendidas (siempre tapándose los labios con la mano), o estaban alegres.

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A menudo, cuando afilaba sus lápices, Duane repetía una frase: «Las pin ups comunes siempre fingen».

Duane me llamó Hilda y me concibió blandita, redonda.

Un poco como su hermana mayor, un poco como la vecina de dos calles más arriba.

Duane no tenía ninguna vergüenza, así que me vistió con un bikini de dos piezas.

Me tenía prohibido posar en su imaginación y siempre me pillaba por sorpresa.

Me espiaba.

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Un poco como su hermana mayor, un poco como la vecina de dos calles más arriba.

A menudo, cuando afilaba sus lápices, Duane repetía una frase: «Las pin ups comunes siempre fingen».

Cuando hacían tareas del hogar, parecían encantadas: «¿Qué mujer piensa así?».

Yo odio trabajar, detesto las tareas domésticas.

Soy perezosa, pero sólo para algunas cosas. Como plantar zanahorias.

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Yo odio trabajar, detesto las tareas domésticas.

Duane, ¿por qué me haces esto?

«Realismo» decía él. «Quiero que seas una quejica».

Hum.

Un día, Duane se levantó especialmente inspirado.

¿Qué es lo más seductor que puede existir? Alguien bello, claro, pero también feliz.

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No parecían disfrutar, nunca se dejaban revolcar por las olas.

Por ejemplo: las pin ups delgadas iban muchas veces a la playa, pero nunca se levantaban de la arena.

No parecían disfrutar, nunca se dejaban revolcar por las olas.

Mucho menos subirse a una tabla de surf.

O jugar con un flotador poco elegante.

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Mucho menos subirse a una tabla de surf.

A diferencia de las otras chicas, yo tengo algunos hobbies.

Por ejemplo, la lectura.

Leo libros de aventuras en el bosque mientras pesco la cena.

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También devoro las historias de humor. Por ejemplo: «La fontanería puede ser divertida».

Para casa me gustan los libros de terror.

También devoro las historias de humor. Por ejemplo: La fontanería puede ser divertida.

«Todos los hombres dicen que las tareas domésticas son esenciales, importantes. Pero ninguno se pone a hacerlas».

Esas cosas decía Duane.

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Por supuesto, me encanta comer.

Por supuesto, me encanta comer.

¿A vosotros no?

Me gusta beberme la lluvia. Eso sí es un poco raro.

Duane decía que yo era espontánea y diferente a las demás.

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Duane decía que yo era espontánea y diferente a las demás.

También me decía que, en el mundo real, las chicas como yo eran las más comunes.

La música…bueno, digamos que me gusta intentarlo.

Mi creador nunca me dijo qué cosas son femeninas y apropiadas, así que me dejé llevar.

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La música…bueno, digamos que me gusta intentarlo.

«Hilda: tú no necesitas a un hombre para nada. Y eso te hace irresistible«, me soltó mientras me coloreaba en lo alto de un poste.

¿Ni siquiera en situaciones peligrosas?

«Ni siquiera en esas».

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El deporte lo practico a mi manera

El deporte lo practico a mi manera.

Si algo no me gusta, no me gusta. Nunca reprimo mis reacciones ni mis gestos.

Al parecer, eso gustaba al público de los años cincuenta.

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Si algo no me gusta, no me gusta. Nunca reprimo mis reacciones ni mis gestos.

La prensa decía de mi que yo era divertida, alegre, expresiva y traviesa.

¿Por qué soy traviesa? ¿por irme de picnic? ¿por ser torpe? ¿por hacer cosas?

Nunca he entendido ese adjetivo.

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¿Por qué soy traviesa? ¿por irme de picnic? ¿por ser torpe? ¿por hacer cosas?

«Hilda es una chica sin inhibiciones, y su cuerpo orondo es irresistible como un melocotón».

¿Acaso me van a morder? ¡Qué miedo!

«¿Tendrá Hilda novio?»

Tengo a mi estufa.

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«¿Tendrá Hilda novio?» Tengo a mi estufa.

Creo que después de tantos años entendí la belleza que Duane me dió.

Soy sexy, ¿no crees?

¡Shht! no respondas.

Creo que no necesito que nadie me lo diga.

Soy sexy porque no necesito que nadie me lo diga.

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¿Qué es lo más seductor que puede existir? Alguien bello, claro, pero también feliz.

Fuente: PlayGround, «Olvida a las modelos y sumérgete en Hilda, la pin up con autoestima XXL»